Por: Neftalí Martínez Álzate
“El Filósofo del fútbol”
Ayer en el gramado del estadio Jaime Morón, el Real Cartagena sentenció
su suerte de manera anticipada al caer ante el Junior de Barranquilla 3 goles a
1, en un partido que lamentablemente no terminó por incidentes entre algunos
aficionados que intentaron ingresar al terreno de juego y fueron contenidos por
la policía, desatándose con ello una batalla campal que obligó al deslucido
árbitro Hernando Buitrago a suspender el encuentro por falta de garantías.
Ayer los dos equipos caribeños protagonizaron lo que podría denominarse el clásico de las paradojas y de los contrastes. Real Cartagena llegaba con la urgencia inaplazable de conseguir una victoria que pudiera servirle de revulsivo para recomponer su mal andar competitivo que lo tiene sumergido en la zona del descenso. El Junior de Barranquilla por su parte, llegaba invicto y con una campaña que raya casi en lo impecable a tan sólo un punto de distancia que lo separaba – y aún lo separa – de Millonarios, el actual líder del torneo.
Un clásico de contrastes y de premuras distintas. El onceno heroico obligado a ganar para intentar cambiar lo que parece ser un oscuro designio impuesto por el destino, y el onceno rojiblanco obligado a ganar primero para evitar insanas conjeturas que inviten a pensar que por parentesco regional, Junior “le daría una manito” a su rival geográfico para que alcanzara la victoria; y también obligado por su prestigio a pelearle la punta del torneo a Millonarios como en efecto está haciéndolo hasta ahora, manteniendo la mínima diferencia de distancia respecto al mencionado líder, y lo que es aún mejor: manteniéndose como el único invicto del torneo.
Como si fuera poco un arbitraje perverso con sendas expulsiones a bordo – una muy injusta contra Vladimir Hernández – que perjudicó a Junior, y la omisión de sendas penas máximas que circunstancialmente habrían cambiado el desenlace del partido, sobre todo a favor del Real Cartagena cuando más méritos hacía el onceno auriverde por marcar en la portería de Viera. Junior fue más práctico y supo racionalizar sus ataques y rubricarlos con eficacia cuando las licencias defensivas del Real Cartagena se lo permitieron. El Real’ mostró que tiene algunos jugadores “de buen pie” como dirían los argentinos, pero que tristemente son muy pocos en cantidad como para suplir ellos solos las proverbiales falencias de táctica estructural que tienen padeciendo defensivamente al onceno cartagenero y que lo hacen fácilmente vulnerable cuando lo atacan.
Y para “cerrar con broche de oro” viene el bochornoso incidente ya reseñado que seguramente degenerará en una sanción ejemplarizante en contra de la plaza: era el moñito que le faltaba a este regalo sarcástico del destino, que se ha ensañado contra el Real Cartagena. Soy un convencido a muerte del fenómeno aquél de la predestinación por encima de la voluntad y de los méritos del hombre. Cuando a un equipo le llega la hora de descender no hay frondas que amortigüen su inevitable caída, como en sentido contrario también aplica para el equipo al que le llega la hora de conquistar un título: no hay adversidad que no le sirva de catapulta.
Ayer los dos equipos caribeños protagonizaron lo que podría denominarse el clásico de las paradojas y de los contrastes. Real Cartagena llegaba con la urgencia inaplazable de conseguir una victoria que pudiera servirle de revulsivo para recomponer su mal andar competitivo que lo tiene sumergido en la zona del descenso. El Junior de Barranquilla por su parte, llegaba invicto y con una campaña que raya casi en lo impecable a tan sólo un punto de distancia que lo separaba – y aún lo separa – de Millonarios, el actual líder del torneo.
Un clásico de contrastes y de premuras distintas. El onceno heroico obligado a ganar para intentar cambiar lo que parece ser un oscuro designio impuesto por el destino, y el onceno rojiblanco obligado a ganar primero para evitar insanas conjeturas que inviten a pensar que por parentesco regional, Junior “le daría una manito” a su rival geográfico para que alcanzara la victoria; y también obligado por su prestigio a pelearle la punta del torneo a Millonarios como en efecto está haciéndolo hasta ahora, manteniendo la mínima diferencia de distancia respecto al mencionado líder, y lo que es aún mejor: manteniéndose como el único invicto del torneo.
Como si fuera poco un arbitraje perverso con sendas expulsiones a bordo – una muy injusta contra Vladimir Hernández – que perjudicó a Junior, y la omisión de sendas penas máximas que circunstancialmente habrían cambiado el desenlace del partido, sobre todo a favor del Real Cartagena cuando más méritos hacía el onceno auriverde por marcar en la portería de Viera. Junior fue más práctico y supo racionalizar sus ataques y rubricarlos con eficacia cuando las licencias defensivas del Real Cartagena se lo permitieron. El Real’ mostró que tiene algunos jugadores “de buen pie” como dirían los argentinos, pero que tristemente son muy pocos en cantidad como para suplir ellos solos las proverbiales falencias de táctica estructural que tienen padeciendo defensivamente al onceno cartagenero y que lo hacen fácilmente vulnerable cuando lo atacan.
Y para “cerrar con broche de oro” viene el bochornoso incidente ya reseñado que seguramente degenerará en una sanción ejemplarizante en contra de la plaza: era el moñito que le faltaba a este regalo sarcástico del destino, que se ha ensañado contra el Real Cartagena. Soy un convencido a muerte del fenómeno aquél de la predestinación por encima de la voluntad y de los méritos del hombre. Cuando a un equipo le llega la hora de descender no hay frondas que amortigüen su inevitable caída, como en sentido contrario también aplica para el equipo al que le llega la hora de conquistar un título: no hay adversidad que no le sirva de catapulta.
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